Una buena calidad de aire interior asegura el confort y el bienestar de sus usuarios, minimiza el riesgo de aparición de problemas de salud y mejora el ambiente laboral disminuyendo el absentismo y aumentando la productividad.
Según la OMS pasamos hasta el 90 por ciento de nuestro tiempo en espacios cerrados, con aire contaminado en mayor o menor grado. Desde la modificación del RITE en 2013 las normas sobre la calidad del aire en ambientes interiores han pasado a ser obligatorias. ¿Todo el mundo lo cumple?: NO. Es necesario: SI. Incluso imprescindible podríamos decir.
Los edificios cada vez son más herméticos y si no existe una buena tasa de ventilación, que debe calcularse en función de los ocupantes de una sala, los contaminantes se van concentrando “viciando” el aire y generando posibles problemas de salud.
En muchas ocasiones una climatización dimensionada para 20 personas se convierte en “a ver como “apañamos” para 40 ya que “hemos tenido que aumentar al doble de personal en el mismo espacio”. En estos casos, los contaminantes se disparan a niveles que pueden resultar perjudiciales para la salud, sobre todo el dióxido de carbono, produciendo dolores de cabeza, somnolencia y problemas respiratorios, entre otros. Hacinar a trabajadores en espacios cerrados (incluso sótanos) no es general un buen ambiente laboral, ni mucho menos. Y precintar puertas y ventanas cuando existen “para que no salgan a fumar” aún menos…
El mayor problema es que en muchos de estos edificios por ahorro energético a veces ni siquiera se enciende la climatización y al no existir ventanas el aporte de aire exterior es muy bajo o nulo así que el problema mencionado es muy común. En nuestra dilatada experiencia nos hemos encontrado con edificios climatizados con el aire de aporte exterior cerrado para evitar disminuciones de temperatura en el interior y ahorrar costes con lo que el ambiente interior era prácticamente irrespirable (visto en algún hotel de cuyo nombre no queremos acordarnos…).
Los parámetros evaluados más habituales son entre otros el confort térmico (temperatura y humedad relativa). Imposible de que se encuentre a gusto de todos. Hemos visto a personal a 27ºC quejándose de frío y personal tapando los difusores de aire de impulsión a una temperatura adecuada según la normativa vigente, mientras el compañero de al lado tenía un equipo portátil de aire acondicionado en su puesto porque tenía calor. Luminosidad, ruido y olores son otros parámetros muy difíciles que resulten satisfactorios para todo el personal en conjunto. La contaminación de partículas (por conteo y por pesaje) que indican si los conductos de distribución de aire están sucios y aportan contaminantes al ambiente o si la limpieza de la sala es insuficiente. La contaminación biológica: bacterias y hongos en ambiente pueden producir enfermedades respiratorias en altas concentraciones. Y otros parámetros complementarios como radón, campos electromagnéticos, ozono, formaldehido, compuestos orgánicos volátiles y muchos más que no tenemos espacio para mencionar en este post.
Resumiendo, una mala calidad de aire puede producirnos a nosotros y a nuestros compañeros de fatigas entre otros:
- sequedad, picor, escozor, lagrimeo y enrojecimiento (ojos).
- sequedad, congestión nasal, picor, escozor, goteo nasal, estornudos y dolor de garganta (vías respiratorias altas).
- enrojecimiento, sequedad y picor generalizado o localizado (piel).
- dolores de cabeza, debilidad, somnolencia, dificultad para concentrarse, irritabilidad y nauseas (estado general).
- hipersensibilidad, asma, rinitis, dermatitis, incluso enfermedades infecciosas (enfermedades).
En resumen, una buena calidad de aire interior mejora nuestra condición de vida, disminuye las bajas laborales y aumenta la productividad.
Haz algo por mejorar tu empresa, mejora tu calidad de aire interior. Preocúpate por tus trabajadores y obtendrás beneficios (además de cumplir con la legislación vigente, que siempre es bueno).
Begoña González Maseda
Directora Técnica